En el pequeño pueblo de Valle Verde, donde los campos de caña de azúcar se extendían hasta perderse en el horizonte, surgió un joven ambicioso llamado Salvador Casado. Provenía de una familia modesta, con una madre trabajadora que vendía empanadas en el mercado y un padre que nunca estuvo presente. Desde joven, Salvador soñaba con dejar atrás la pobreza. Sus amigos lo llamaban "Salva", y aunque jugaba a ser humilde, en su interior albergaba un deseo desmedido de poder.
El Ascenso
Su entrada a la política comenzó como asistente de un viejo senador del partido gobernante. Era carismático y rápido con las palabras, cualidades que pronto le permitieron convertirse en el rostro joven del movimiento. En discursos y reuniones, prometía cambiar la vida de su pueblo. Su frase preferida era: "Soy uno de ustedes y trabajaré para ustedes". La gente lo creía, en especial los ancianos que lo recordaban corriendo descalzo por las calles de Valle Verde.
Durante las elecciones municipales, Salvador demostró ser un maestro de la propaganda. Distribuyó sacos de arroz, cemento y hasta billetes entre los votantes, asegurándose la victoria. Como alcalde, se rodeó de asesores que reforzaban su imagen pública mientras tras bastidores comenzaba a construir un imperio corrupto. Las obras municipales eran un espectáculo: puentes que no llevaban a ningún lado, aceras inauguradas dos veces, y parques con bancas que se desplomaban al sentarse.
En poco tiempo, Salvador ascendió a diputado, extendiendo sus redes hasta los círculos de poder en la capital. "Todo político tiene su precio", solía decir en privado. Su fortuna creció exponencialmente gracias a jugosos contratos de construcción asignados a empresas fantasmas a cambio de generosas "comisiones". Adquirió mansiones, autos de lujo y una finca donde organizaba extravagantes fiestas que hacían eco de su nuevo estatus.
La Caída
Pero el poder suele despertar enemigos y, sobre todo, aliados traicioneros. Un periodista local, Armando Vélez, comenzó a investigar los oscuros manejos del diputado Casado. Armando sabía que enfrentarse a Salvador era peligroso, pero su sed de justicia lo impulsaba. Poco a poco, los informes comenzaron a acumularse: documentos falsificados, desvío de fondos, depósitos millonarios en paraísos fiscales.
La evidencia finalmente llegó a los oídos del fiscal general, quien, bajo presión pública, no pudo ignorar los hechos. Sin embargo, Salvador tenía confianza ciega en su capacidad para comprar lealtades. Pero lo que no esperaba era que un antiguo socio suyo, molesto por recibir una porción menor de las ganancias, testificara en su contra, revelando toda la operación corrupta.
El día de su arresto, Salvador todavía ofreció un último discurso frente a sus seguidores. "Todo esto es una persecución política", clamó con lágrimas en los ojos, vestido de su habitual traje gris impecable. Pero esta vez, no hubo aplausos. El público estaba dividido entre los que seguían creyendo en él y los que no podían ignorar los escándalos.
Al entrar esposado a la patrulla, un anciano del pueblo, conocido por nunca callar la verdad, le gritó: "Prometiste que cambiarías nuestras vidas, pero solo cambiaste la tuya."
El Epílogo
Salvador fue sentenciado a 20 años de prisión. Desde la celda donde escribía cartas de disculpa al pueblo, entendió que su caída no se debió únicamente a sus errores, sino también a la sed de poder que nunca supo controlar.
Mientras tanto, Valle Verde siguió esperando el cambio prometido, una lección viva de cómo el abuso de poder puede devastar no solo a una comunidad, sino también a quien lo ejerce.
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