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domingo, 12 de enero de 2025

El Sol Naciente de Boca de Yuma


 En la tranquila provincia de Higüey, al este de la Republica Dominicana justo donde el amanecer parece posar su esplendor como una caricia divina, la pequeña comunidad de Boca de Yuma, vivía con un aire de paz interrumpido solo por las leyendas que rondaban las orillas del mar. El protagonista de una de estas historias era el “Sol Naciente”, un fenómeno que, según los ancianos, no era más que una manifestación celestial.

Cada mañana, cuando la primera luz del sol tocaba las costas de Boca de Yuma, las aves trinaban de una forma distinta, como si saludaran a un dios dormido. En el centro de la comunidad vivía Don Bartolo, un anciano de 87 años cuya vida había transcurrido entre el cultivo de café y la narración de historias mágicas que pasaron de boca en boca.

“Ese sol que ven ahora,” decía Don Bartolo, rodeado de niños atentos, “fue una vez un niño, el hijo del cielo y la tierra. Se llamaba Guaracú, y su misión era recordar a los hombres el poder de la luz y el amor”.

Los niños escuchaban boquiabiertos mientras los adultos sonreían, ya sea por incredulidad o nostalgia de su propia niñez. Pero había algo innegable: el Sol Naciente de Boca de Yuma era especial. La luz no solo era más dorada, sino que parecía desbordar un calor que penetraba el alma. Aquellos que pasaban tiempo contemplándolo solían experimentar sueños vívidos donde las respuestas a sus problemas parecían llegar como susurros del universo.

Una mañana, una joven llamada María, que había llegado recientemente a la comunidad, decidió investigar el misterio. María, de 23 años, era estudiante de Biología en la capital y había viajado a Higüey para recopilar datos sobre la biodiversidad de la región. La curiosidad por el Sol Naciente era inevitable, ya que los campesinos decían que sus energías habían ayudado a sanar a muchos en la comunidad.

Guiada por los relatos de Don Bartolo, María decidió acampar en la costas de Boca de Yuma  para observar el primer rayo de sol al amanecer. Junto a ella iban Emilio, un joven lugareño con dotes de narrador, y Doña Remedios, conocida como curandera y quien juraba que su capacidad para sanar provenía directamente de la energía del Sol Naciente.

La noche era tranquila, salpicada de grillos y el murmullo del oleaje del Mar. María revisó su cuaderno de apuntes mientras Emilio contaba historias para mantenerlos despiertos. Doña Remedios se limitaba a observar las estrellas, sus ojos reflejando una serenidad que solo poseen quienes han convivido toda su vida con el misterio.

Cuando por fin llegó el amanecer, el cielo empezó a pintarse de un naranja profundo, luego un dorado tan intenso que María sintió como si el horizonte cobrara vida. En el instante en que el sol asomó por completo, una sensación inexplicable los embargó. Era como si una presencia invisible secreteara palabras antiguas que el corazón entendía aunque la mente no pudiera traducirlas.

De repente, Doña Remedios tomó la mano de María y le dijo en voz baja: “Cierra los ojos, hija. Este es el momento en que los corazones encuentran su rumbo”. María cerró los ojos y sintió que todo su cuerpo se llenaba de una energía apacible, casi como si cada rayo de sol estuviera acariciando sus penas y dudas.

Cuando la experiencia terminó, María abrió los ojos. Había algo diferente en su semblante: una calma nueva, una claridad que antes no tenía. En su interior, supo que su propósito no solo estaba relacionado con la ciencia, sino también con preservar lo mágico, lo intangible, de lugares como Boca de Yuma en Higüey.

A partir de ese día, María se quedó en la comunidad por meses. Sus investigaciones se volvieron un puente entre lo terrenal y lo mágico; recopiló las leyendas, pero también estudió la fauna, la flora y las energías solares que los lugareños tanto veneraban.

Muchos años después, cuando María regresó como una científica reconocida y una protectora de tradiciones locales, el Sol Naciente seguía bañando las Costas de Boca de Yuma. En sus escritos y charlas, ella siempre mencionaba que fue en esas tierras donde comprendió el verdadero poder del equilibrio entre la ciencia y la espiritualidad.

Don Bartolo, quien ahora descansa bajo la sombra de un árbol frondoso en el cementerio local, seguramente sonreía desde algún rincón del cielo.

Y el Sol Naciente? Seguía recordando a todos los que se atrevan a observarlo que, a veces, las respuestas que buscamos se encuentran en los secretos guardados por la luz.

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