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domingo, 24 de noviembre de 2024

El río que olvidó cantar


Había una vez un río cristalino que serpenteaba por un valle lleno de vida. Las aves cantaban en sus orillas, los ciervos bebían de sus aguas y las flores silvestres crecían en su margen. Lo que hacía especial a este río no era solo su belleza, sino su melodioso murmullo, un canto único que parecía una sinfonía creada por el agua al rozar las piedras y las raíces de los árboles.

En un pequeño pueblo cercano vivía Sofía, una niña de ocho años que amaba jugar junto al río. Pasaba horas recolectando piedras lisas, observando los peces y escuchando el canto del agua. Para ella, el río era un amigo, un refugio donde podía soñar y sentirse libre.


Con el paso del tiempo, algo comenzó a cambiar. Las aguas del río, antes limpias y vibrantes, se tornaron turbias. Trozos de plástico y latas flotaban en su superficie, y su nivel empezó a bajar. El canto que Sofía tanto amaba se volvió un susurro débil, hasta que, un día, el río guardó silencio.

Los animales dejaron de venir; las aves buscaron otros lugares para anidar, y las flores en las orillas se marchitaron. Sofía, al ver lo que sucedía, sintió una tristeza profunda.

—¿Qué le pasa a mi río? —preguntó a sus padres.

—Son los desechos y la contaminación, hija —respondió su madre con pesar—. Las personas han dejado de cuidarlo.

Sofía no podía aceptarlo. El río había sido su amigo, y ella no estaba dispuesta a perderlo.


Con una determinación que sorprendió a todos, Sofía comenzó a actuar. Recorrió las calles del pueblo explicando lo que ocurría. Habló con los vecinos, los comerciantes y hasta con los maestros de su escuela.

—Si no cuidamos el río, no solo perderemos su agua, sino también a los animales y las plantas que dependen de él —les decía—. ¡Podemos salvarlo juntos!

Al principio, algunos se mostraron escépticos, pero la pasión de Sofía era contagiosa. Poco a poco, los vecinos comenzaron a unirse. Organizaron jornadas para limpiar las orillas, retirar la basura y reforestar el área con árboles y plantas nativas. Los adultos cargaban bolsas llenas de desechos, mientras los niños, liderados por Sofía, plantaban semillas y colocaban letreros que decían: "Cuidemos nuestro río".

El trabajo no fue fácil, pero cada día el río parecía recobrar un poco de vida. Las aguas se volvían más claras, pequeños peces regresaron a nadar en sus corrientes, y las flores comenzaron a brotar de nuevo.


Una mañana, mientras Sofía jugaba en la orilla, escuchó algo que la llenó de emoción: un murmullo suave que crecía con cada paso que daba hacia el agua. El río, agradecido, había comenzado a cantar otra vez. Su melodía, más fuerte y vibrante que nunca, resonaba por todo el valle.

Los animales volvieron, las aves trinaban felices, y las flores pintaron de colores las orillas. El pueblo celebró con alegría, y todos aprendieron una valiosa lección: el río no solo era una fuente de agua, sino el corazón del valle. Su canto dependía de ellos, de su cuidado y respeto.


Desde entonces, Sofía y los habitantes del pueblo se aseguraron de mantener el río limpio y sano. Para Sofía, no había nada más hermoso que sentarse junto a su amigo y escuchar cómo su canto llenaba el bosque una vez más.

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