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miércoles, 15 de enero de 2025

La Canción del Bosque


 Había una vez un grupo de viajeros que cruzaba un espeso bosque, tratando de llegar al siguiente pueblo antes del anochecer. El sol ya empezaba a desvanecerse, y los árboles alargaban sus sombras como si quisieran atraparlos. Mientras avanzaban, una suave melodía comenzó a deslizarse entre las ramas, flotando en el aire como un susurro seductor.

La música era extraña, pero envolvente, como una nana triste que parecía salir de lo profundo del bosque. Los viajeros se miraron, desconcertados. ¿Quién podría estar cantando a esas horas, tan lejos de cualquier hogar? Sin embargo, la melodía tenía algo hipnótico. Parecía invocar recuerdos de tiempos felices, de risas y calor, de una paz que se había ido. Incapaces de resistir, se adentraron en el bosque, siguiendo la canción como si esta misma los llamara por sus nombres.

Cuanto más avanzaban, más fuerte se volvía la melodía, y cada paso parecía desvanecer sus dudas. Entre árboles y matorrales, encontraron finalmente una cueva oscura que yacía escondida entre la vegetación. La canción provenía de su interior, resonando como un eco encantador y profundo. Los viajeros intercambiaron miradas; ninguno quería admitirlo, pero el miedo comenzaba a hacer nido en sus corazones. Sin embargo, la melodía les calmaba y los invitaba a seguir adelante.

Al entrar, notaron que la cueva estaba decorada con antiguos talismanes, colgados como pequeños guardianes en las paredes, y el suelo estaba cubierto de hojas y raíces retorcidas. En el centro de la cueva, una mujer de apariencia extraña se balanceaba suavemente, cantando. Tenía el cabello negro como la noche y ojos que reflejaban un brillo inhumano. Sus labios moviéndose al compás de la canción parecían tejer un hechizo en el aire.

Cuando la mujer notó su presencia, sonrió. La música se detuvo y el silencio que le siguió fue tan profundo que los viajeros sintieron que su propia respiración resonaba en el espacio vacío.

—Bienvenidos —dijo la mujer con una voz que parecía una extensión de la melodía misma—. Hace mucho que esperaba una compañía tan especial como la suya.

Uno de los viajeros, el más valiente, le preguntó quién era y por qué cantaba en el bosque. La bruja, pues no cabía duda de que eso era lo que era, sonrió y respondió:

—Esta es la Canción del Bosque. Llama a los corazones que han perdido su rumbo, que llevan en ellos penas que no pueden curar. A cambio de esa carga, les ofrezco descanso eterno.

Los viajeros se miraron entre sí, sintiendo una advertencia muda en sus corazones. Sin embargo, ya era demasiado tarde. La bruja levantó los brazos y, de repente, la canción volvió a sonar, pero esta vez no era una melodía triste; era una música profunda y pesada que parecía emanar de la propia cueva. El sonido penetró sus mentes y cuerpos, envolviéndolos en un letargo del que no podían despertar.

Poco a poco, los viajeros fueron cayendo, uno tras otro, en un sueño eterno mientras la bruja cantaba y recogía las sombras de sus almas. Al amanecer, la cueva estaba vacía, y en el bosque no quedaba rastro de sus pasos. Sin embargo, la melodía seguía vibrando en el aire, esperando a la próxima víctima, esperando a aquellos que en la soledad de la noche se dejaran guiar por la Canción del Bosque.

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