En un vasto campo lleno de flores coloridas, vivía una pequeña abeja llamada Melisa. Mientras la mayoría de las abejas de su colmena volaban con destreza de flor en flor, Melisa siempre se quedaba cerca de las flores que crecían cerca de la entrada de la colmena. Ella sentía que esas flores, aunque menos hermosas, eran más seguras.
A diferencia de sus compañeras, que recolectaban polen de las flores más altas y lejanas, Melisa temía volar demasiado lejos. El viento era fuerte, las nubes parecían enormes y, en su corazón, sentía que no podría volar tan alto como las demás.
"Yo soy pequeña, no como ellas", pensaba. "Nunca seré tan valiente."
Pero un día, todo cambió. Una enorme tormenta comenzó a formarse en el cielo, oscureciendo el campo. El viento soplaba con furia, y la lluvia caía en torrentes. Melisa y sus compañeras se refugiaron en la colmena, pero pronto, un grave problema surgió. Las flores más lejanas, las que proporcionaban el mejor polen, habían quedado cubiertas por una capa gruesa de barro.
Las abejas de la colmena comenzaron a murmurar con preocupación. Si no se recolectaba suficiente polen antes de que el mal tiempo empeorara, la colmena podría no sobrevivir. El pánico comenzó a extenderse, y la reina de las abejas, con voz seria, ordenó a sus trabajadoras que volaran a las flores más distantes. Sin embargo, muchas temían que la tormenta les impidiera regresar.
Melisa, al ver la angustia en los ojos de la reina, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Aunque sentía el miedo en su interior, algo en su corazón le decía que debía actuar.
"Si no soy yo, entonces ¿quién?" pensó Melisa, con una mezcla de miedo y valentía.
Tomó una profunda respiración y, con una determinación que nunca había sentido, salió volando hacia las flores más alejadas. La tormenta era feroz, y el viento la empujaba hacia los lados. Pero Melisa no se detuvo. En su mente resonaba el pensamiento de que la supervivencia de la colmena dependía de su coraje.
A pesar de los obstáculos, logró llegar a las flores cubiertas de barro. Con esfuerzo, comenzó a recolectar el polen, deslizándose de una flor a otra, cuidando que no se lo llevara el viento. La lluvia no paraba, pero Melisa persistió, llevando el polen con cuidado de vuelta a la colmena.
Cuando regresó, las abejas la recibieron con una ovación. Había logrado lo imposible. A pesar de la tormenta, Melisa había enfrentado sus miedos y cumplido con su misión.
Desde ese día, la pequeña abeja dejó de temerle al viento, al miedo o a la altura. Había aprendido que la valentía no era la ausencia de miedo, sino la determinación para enfrentarlo.
Y así, Melisa se convirtió en un ejemplo para todas las abejas de la colmena, mostrando que incluso la más pequeña puede hacer grandes cosas cuando se enfrenta a sus temores con el corazón valiente.
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