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sábado, 30 de noviembre de 2024

La Casa de la Colina


En  una colina que se alzaba al borde del bosque, desierta y barrida por el viento. No había caminos que condujeran hasta su cumbre, y, sin embargo, cuando alguien llegaba a sus límites, la colina parecía llamarlos, como si los conociera en sus horas más oscuras. Nadie en el pueblo recordaba haber visto esa casa durante el día, pero aquellos que habían sentido el peso de la desesperación aseguraban que aparecía justo cuando la esperanza se había convertido en un susurro.

Una noche de luna llena, Marta llegó a los pies de la colina, temblando de angustia. Con cada paso, sus pesares parecían crecer más leves, como si la colina misma los bebiera. Al llegar a la cima, vio la casa. Era vieja, de paredes encorvadas y techos que parecían a punto de desplomarse, y sin embargo, había algo extraño en ella, algo que la hacía lucir acogedora y aterradora a la vez. Marta se acercó, y antes de que su mano tocara la puerta, esta se abrió sola con un chirrido prolongado.

Dentro, sentada junto a una mesa cubierta de velas, estaba la bruja. Sus ojos brillaban bajo la sombra de una capucha oscura, y sonreía con una mueca que combinaba curiosidad y malicia.

—¿Qué buscas, niña? —preguntó, como si ya supiera la respuesta.

Marta explicó su situación, la desesperación que la había arrastrado hasta allí. La bruja escuchó en silencio, asintiendo con la cabeza de vez en cuando. Cuando Marta terminó, la bruja se levantó despacio y se acercó a una estantería repleta de frascos y frascos llenos de sustancias de colores extraños.

—Puedo ayudarte —dijo finalmente—, pero el precio será alto. La desesperación tiene su peso, y aliviarla requiere un sacrificio.

Marta tembló, pero sus pensamientos no la dejaban en paz. Aceptó sin preguntar el precio, dejando que la bruja tomara lo que quisiera. La anciana extrajo un pequeño frasco de vidrio, lleno de un líquido oscuro y espeso, y le entregó la poción con instrucciones precisas. "Debes beberla al borde de la colina antes del amanecer, y tu carga desaparecerá".

Marta siguió las instrucciones y, en cuanto la última gota tocó su lengua, sintió cómo algo pesado y oscuro la abandonaba. Pero también sintió una extraña levedad en su corazón, como si una parte de ella se hubiera desprendido y hubiese quedado atrapada en esa colina, en la bruja y en la casa misma.

Desde entonces, Marta ya no volvió a sentir desesperación, pero en las noches de luna llena, cuando los recuerdos de ese lugar se hacían más nítidos, sentía una soledad que no podía explicar. Quizá, en algún rincón de su ser, intuía lo que la bruja le había quitado. Aquella casa en la colina aparecía siempre que alguien estaba desesperado, y con cada trato, la bruja acumulaba partes de quienes llegaban hasta ella, asegurándose de que siempre habría algo que cobrar a cambio de aliviar el dolor

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