En una pequeña tienda de antigüedades, entre polvo y sombras, descansaba un antiguo reloj de bolsillo. Era de bronce oscuro, con grabados que parecían ramas entrelazadas y unas letras casi borradas en el borde: Tempus devorat. A simple vista, parecía un reloj como cualquier otro, pero quienes lo habían tenido sabían bien que aquel objeto guardaba un poder inquietante. Se decía que el reloj permitía viajar en el tiempo, pero que cada salto exigía un precio que sólo se revelaba una vez que era demasiado tarde para arrepentirse.
Una noche, Julián entró en la tienda buscando algo especial, un amuleto, una pieza única que lo ayudara a olvidar su amarga nostalgia. No tardó en notar el reloj sobre una estantería, escondido tras otros objetos inservibles. Lo levantó y sintió que algo vibraba en su interior, como si un extraño pulso latiera en su mano. Sin preguntar mucho más, lo compró y salió de la tienda con una mezcla de ansiedad y emoción.
Esa misma noche, en la soledad de su habitación, no resistió el impulso de abrir el reloj y girar las agujas hacia atrás, deseando regresar al pasado, a una noche concreta hacía años, donde todo en su vida había cambiado. Cuando los punteros se alinearon, sintió un vértigo indescriptible, como si el tiempo mismo se plegara a su alrededor. Cerró los ojos y, cuando los abrió, estaba de nuevo en su antiguo hogar, en el mismo momento donde había cometido el error que llevaba tanto tiempo lamentando.
Julián no perdió un instante. Aprovechó la oportunidad y corrigió lo que había hecho aquella noche. Sin embargo, cuando el reloj lo devolvió a su presente, sintió una sensación extraña, como si algo estuviera faltando. Al mirarse en el espejo, se dio cuenta: una leve arruga había aparecido en su rostro y su cabello tenía ahora hilos de gris.
Esa noche, descubrió el primer sacrificio. Cada salto robaba algo de su juventud, de su vitalidad.
A pesar de ello, la tentación fue más fuerte. En los días siguientes, el reloj se convirtió en una obsesión. Cada vez que lo usaba para corregir un error o revivir un momento querido, su cuerpo se hacía más débil, sus manos temblaban y sus ojos se apagaban. Con cada regreso al presente, su reflejo mostraba a un hombre envejecido, cansado y cada vez más solitario. Sus seres queridos empezaban a olvidarlo, como si estuviera desvaneciéndose de sus memorias, borrado por sus constantes cambios en el tiempo.
Finalmente, en un último intento por reparar los destrozos en su vida, Julián giró las manecillas del reloj una vez más, deseando deshacer el momento en que lo había comprado. Pero el reloj, en su último salto, no lo llevó al pasado. En su lugar, Julián sintió cómo el tiempo se rompía, y cuando volvió a abrir los ojos, estaba en una tienda de antigüedades, entre polvo y sombras. Había tomado el lugar del reloj.
Desde entonces, se dice que un reloj embrujado yace en aquella tienda, esperando al próximo que quiera manipular el tiempo. Y cuando el reloj elige a alguien, Julián, atrapado en una sombra de bronce, siente el eco de su propia desesperación al ver el ciclo comenzar de nuevo.
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