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lunes, 6 de enero de 2025

La Biblioteca Encantada


 En un pueblo olvidado por el tiempo, donde los caminos eran polvorientos y las casas parecían derrumbadas por la desidia, se erguía un edificio extraño, antiguo y lleno de misterio: la Biblioteca Encantada. Nadie sabía quién había construido ese lugar ni cuántos siglos llevaba cerrada. Las leyendas hablaban de un vasto edificio de estanterías infinitas, llenas de libros que susurraban, cambiaban de página por sí solos y, a veces, incluso lloraban en la noche. Nadie se atrevía a acercarse a ella. Los más valientes, o los más insensatos, que se aventuraban a cruzar su umbral, jamás regresaban.

Una fría tarde de otoño, Lía, una joven apasionada por los libros y los enigmas, llegó al pueblo en busca de respuestas. Lía había oído rumores sobre la Biblioteca Encantada desde que era niña, y el deseo de desentrañar sus secretos había crecido con ella, como una sombra persistente. Cuando los ancianos del pueblo le hablaron de la biblioteca, su voz temblaba de miedo, como si temieran nombrarla. Nadie se atrevía a entrar, ni siquiera por un solo instante, y menos aún si se trataba de adentrarse en las profundidades de sus estanterías malditas.

Pero Lía no era como ellos. Su curiosidad la impulsaba a adentrarse en lo desconocido, sin importar los peligros. Con una linterna en la mano y el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia el edificio.

Al llegar, la puerta de la biblioteca se abrió sola, como si hubiera estado esperando su llegada. Dentro, el aire estaba impregnado de polvo y un olor a viejo, pero también había algo más... algo indescriptible, como si las paredes mismas respiraran. A lo lejos, vio las estanterías, cada una más alta que la anterior, llenas de libros que parecían observándola desde las sombras. Las páginas se movían solas, susurrando palabras inaudibles.

Lía avanzó con cautela, siguiendo un impulso extraño que la guiaba, hasta que encontró una mesa en el centro de la sala principal. En ella, había un libro grande, encuadernado en cuero negro, con runas extrañas grabadas en su portada. El libro parecía brillar con una luz tenue y un susurro que le hablaba a su mente.

Con un escalofrío recorriéndole la espalda, Lía abrió el libro. Las páginas estaban cubiertas por antiguos hechizos y conjuros de brujas que vivieron siglos atrás. Algunas páginas estaban tan deterioradas que casi no se podían leer, pero, al llegar a la última sección, algo la detuvo. El texto hablaba de almas atrapadas dentro de los libros, almas de brujas que habían sido condenadas a vivir eternamente dentro de las páginas como castigo por sus pecados. Al parecer, estas brujas habían intentado desafiar las leyes de la magia y, como resultado, quedaron atrapadas en un limbo eterno, entre las palabras y las sombras.

Lía, fascinada, siguió leyendo, sin saber que cada palabra pronunciada en su mente desencadenaba una reacción. Mientras leía, las sombras de la biblioteca empezaron a moverse, deslizándose a su alrededor como presencias invisibles. La temperatura cayó drásticamente, y los susurros se convirtieron en gritos apagados.

De repente, una risa macabra resonó en el aire, y una figura apareció ante ella: una bruja, de rostro pálido y ojos llenos de desesperación.

¿Has leído? —preguntó la bruja, con una voz que parecía arrastrar siglos de sufrimiento—. Has abierto lo que nunca debió ser abierto. Ahora, las almas atrapadas intentarán salir... y tú serás la que pague el precio.

Lía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no podía dejar de leer. Las palabras la arrastraban, como si el libro tuviera voluntad propia. La bruja desapareció en las sombras, pero su advertencia quedó flotando en el aire.

Los libros empezaron a moverse por sí mismos, las estanterías crujieron, y las sombras se arremolinaron alrededor de Lía. Cada página que tocaba desataba un hechizo, una maldición, una historia olvidada de una bruja antigua que clamaba por ser liberada. Las voces se hicieron más fuertes, como un coro de almas atrapadas que pedían ayuda.

¡Libéranos! —gritaban, sus voces llenas de dolor y desesperación.

Lía, temblando pero decidida, comprendió que debía hacer algo. Si quería sobrevivir, debía romper el hechizo y liberar a las almas atrapadas. Recogió el libro con manos firmes, pese al peso de las maldiciones que se habían apoderado de su mente. Sabía que solo había una forma de liberarlas: debía descifrar el hechizo final, el que había sido ocultado por generaciones.

En las últimas páginas, descubrió una serie de símbolos antiguos que no comprendía, pero la magia de la biblioteca las conectaba en su mente. Cada símbolo representaba un alma, una historia, una bruja. Lía comenzó a recitar las palabras del hechizo en voz baja, lentamente al principio, pero luego con más fuerza.

Espíritus de la tinta y la sombra, liberad vuestras cadenas y regresad a la luz del olvido. —dijo, con un temblor en la voz, mientras las sombras giraban violentamente alrededor de ella.

Un fuerte viento se levantó, haciendo que las estanterías temblaran y las páginas volaran por el aire como hojas en un torbellino. Las voces de las brujas comenzaron a desvanecerse, y Lía sintió que el peso de las almas atrapadas comenzaba a liberarse. Pero, mientras lo hacía, también sintió cómo una presencia oscura se cernía sobre ella, como si la biblioteca misma quisiera devorarla.

Justo cuando creía que la oscuridad la consumiría, las sombras se disiparon. La luz regresó lentamente, iluminando la vasta sala de la biblioteca. Los libros dejaron de moverse, las estanterías se quedaron en silencio, y las voces se apagaron.

Lía cayó al suelo, agotada, pero cuando levantó la mirada, vio que, en la mesa, el libro había desaparecido, dejándola con una sensación extraña, como si hubiera cumplido una misión que no entendía completamente.

En la salida de la biblioteca, se detuvo por un momento, mirando hacia atrás. Sabía que algo en ella había cambiado, pero no podía explicar qué. Las almas de las brujas, ahora libres, la habían tocado de una manera que nunca olvidaría. Mientras la puerta de la biblioteca se cerraba tras ella, una suave voz susurró en su oído:

Gracias, Lía. Ahora, no olvides nunca lo que aprendiste. Las palabras tienen poder, y los secretos deben ser guardados... por siempre.

Y, con ese último susurro, la biblioteca desapareció, llevándose consigo los ecos de un pasado que nunca volvería.

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