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martes, 21 de enero de 2025

El Espejo Magico


  Había una vez una joven llamada Sofía que vivía en una aldea pequeña y humilde. Aunque era amable y tenía un buen corazón, sentía que nadie la notaba. Su piel, desgastada por el trabajo bajo el sol, y su cabello, sin brillo, la hacían sentir invisible. Envidiaba la belleza de las mujeres del pueblo, y cada día se preguntaba cómo sería tener un rostro que todos admiraran.

Una tarde, mientras paseaba por el bosque en busca de leña, Sofía encontró una vieja cabaña cubierta de hiedra y musgo. Al acercarse, escuchó una voz suave y musical que parecía llamarla desde el interior. Sin poder resistirse, entró y vio un espejo en el centro de la habitación, de marco dorado y tallado con detalles intrincados. Parecía brillar en la penumbra, y al mirarse en él, Sofía vio algo que la dejó sin aliento.

Reflejada en el espejo, no estaba la joven común que siempre veía, sino una mujer de belleza hipnotizante. Sus ojos resplandecían, su piel era perfecta, y su cabello caía en ondas brillantes. Sofía se acercó al espejo, incapaz de apartar la vista. En ese momento, una voz suave y aterciopelada salió del marco.

—¿Deseas esta belleza, Sofía? —susurró la voz, que parecía surgir de lo profundo del espejo—. Puedo concedértela, pero todo poder tiene su precio.

Sofía, sin pensarlo dos veces, aceptó. La voz le dijo que, para sellar el pacto, debía regresar al espejo cada luna llena y recitar una oración. A cambio, el espejo le concedería la belleza eterna que tanto deseaba.

Al día siguiente, Sofía regresó a su aldea y, para sorpresa de todos, su rostro había cambiado. Era tan hermosa que nadie podía dejar de mirarla. En poco tiempo, la atención y la admiración que siempre había anhelado comenzaron a rodearla. Los hombres la cortejaban, y las mujeres le pedían consejos de belleza. Por primera vez, Sofía se sentía verdaderamente feliz y poderosa.

Sin embargo, cuando llegó la primera luna llena, el espejo apareció de nuevo, esta vez en el rincón de su habitación, como si hubiese seguido sus pasos. Sofía recitó la oración y sintió un frío extraño recorrer su cuerpo. La belleza permaneció, pero había algo en sus ojos, un brillo oscuro que no estaba allí antes. Ignorando esa sensación, continuó con su vida, segura de que era un pequeño precio a pagar por la belleza que tenía.

Meses después, en cada luna llena, el espejo la llamaba, y Sofía obedecía sin cuestionar. Pero con cada pacto, sentía cómo su bondad y calidez se desvanecían. Se volvió distante, indiferente y, en ocasiones, cruel con quienes la rodeaban. Poco a poco, notó que las personas comenzaban a alejarse de ella, y aunque su belleza seguía siendo impresionante, una frialdad insensible emanaba de su presencia.

Un día, Sofía se miró al espejo y, por primera vez, vio algo aterrador en su reflejo: su rostro se había convertido en una máscara de perfección vacía, carente de emoción o vida. La voz volvió a resonar, pero esta vez era más fría y grave.

—Has pagado con tu humanidad —le dijo la voz—. Cada vez que deseaste belleza sobre todas las cosas, entregaste parte de tu esencia, de tu alma.

Desesperada, Sofía suplicó que la liberara, que le devolviera lo que había perdido, pero la voz rió suavemente.

—La belleza eterna es una prisión —susurró el espejo—. Ahora, tú eres parte de ella.

Con horror, Sofía observó cómo su reflejo comenzó a desvanecerse en la superficie del espejo, hasta que se convirtió en una sombra atrapada tras el vidrio, con la misma expresión de perfección que tanto había deseado, pero sin alma, sin humanidad. Y allí quedó, prisionera de su propio deseo, atrapada en el reflejo de aquel espejo.

Desde entonces, la vieja cabaña en el bosque siguió guardando el espejo encantado, esperando a que alguien más deseara tanto la belleza como para sellar su destino en el cristal. Y aquellos que lo encontraban, veían en su reflejo la sombra de una joven de extraña belleza, con ojos llenos de tristeza, como una advertencia muda para quien buscara el pacto del espejo

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