Translate

viernes, 17 de enero de 2025

El guardián de la limpieza


 En el corazón del barrio Miramar de San Pedro de Macorís, vivía Don Ramón, un hombre que parecía haber llegado desde otro tiempo, cuando la solidaridad y el amor por la tierra eran esenciales. Venía de Polo, un pueblito pintoresco de la región sur, conocido por sus cafetales y el aroma de los pinos que abrazaban las montañas. Don Ramón trajo consigo algo más que sus pocas pertenencias; llegó con una actitud amable, una voz cálida y un profundo sentido de comunidad.

Las rutinas de Don Ramón

Cada amanecer, Don Ramón salía con su escoba, un recogedor hecho de lata y un saco viejo de café. Aunque su casa era pequeña, con paredes desgastadas de madera pintada de un azul tenue, la calle frente a ella estaba impecable. Comenzaba barriendo los contenes y luego continuaba hasta la esquina, limpiando desechos plásticos y hojas secas que se acumulaban.

Los vecinos, en un principio, lo observaban con curiosidad y algo de escepticismo.

—¡Ese hombre no tiene más nada que hacer! —murmuraba Juana, la peluquera del barrio.

Pero otros, como Doña Mercedes, que vivía frente a él, le tenían aprecio desde el primer día. Era una mujer viuda de 70 años que cuidaba a sus tres nietos. Don Ramón, al pasar frente a su casa, siempre se detenía un momento para saludar y barrer con cuidado los alrededores de su jardín de rosas.

—Don Ramón, si todos fueran como usted, ¡este barrio sería un paraíso! —le decía Doña Mercedes mientras le ofrecía una taza de café caliente.

Él le respondía con una sonrisa y un consejo:

—Doña Mercedes, la limpieza no empieza con las manos, sino con el corazón. Cuando queremos cuidar lo que nos rodea, todo lo demás se da por añadidura.

Las amistades del barrio

Con el tiempo, Don Ramón se ganó la simpatía de casi todos. Era amigo de los niños, un confidente para los jóvenes y un ejemplo para los adultos. Una de las figuras más cercanas a él era Bolívar, un joven mecánico que, a pesar de su carácter algo reservado, respetaba profundamente al viejo.

Una tarde, mientras Don Ramón pintaba los contenedores de reciclaje que había fabricado, Bolívar se acercó con un balde de pintura negra para ayudarle.

—Don Ramón, admiro su energía. Yo no tendría paciencia para hacer esto todos los días.

—Paciencia, muchacho —le respondió sin dejar de pintar—, es lo único que se necesita para cambiar el mundo, una escoba y paciencia.

Otro de sus aliados era Henry, un vecino joven que trabajaba en el hotel del pueblo y en sus días libres participaba en las jornadas de limpieza que Don Ramón organizaba. Henry bromeaba con que si no limpiaban las calles, los turistas pensarían que Miramar era solo basura. Pero lo hacía con respeto y compromiso, inspirando a otros con su actitud optimista.

También estaba Andrés, un vendedor ambulante de frutas que pasaba cada mañana frente a la casa de Don Ramón empujando su carrito lleno de naranjas y mangos. Andrés siempre le apartaba la mejor fruta, agradecido por las veces en que Don Ramón lo había ayudado con consejos prácticos para su negocio y, a veces, echándole una mano con el pesado carrito.

—Don Ramón, usted sí es especial. Deberían nombrarlo "El guardián del barrio".

Don Ramón reía y respondía:

—Guardias somos todos, solo falta que tomemos el turno en serio.

El impacto en el barrio

El esfuerzo constante de Don Ramón no tardó en contagiar al resto. Un día, decidió proponer una reunión entre los vecinos para hablar sobre el reciclaje y el mantenimiento del barrio. Al principio, solo asistieron seis personas: Doña Mercedes, Henry, Bolívar, Andrés, Juana (quien al fin admitió su admiración) y Dominguito, el barbero del barrio.

Durante la charla, Don Ramón habló con pasión sobre su pueblo natal, donde los ríos aún corrían limpios y las montañas respiraban. Explicó que la falta de conciencia en la ciudad había provocado que los inbornales tapados con basura se convirtieran en fuentes de inundaciones y enfermedades.

Su mensaje comenzó a calar hondo. En las semanas siguientes, más vecinos se sumaron a su causa. Se organizaron días de limpieza donde incluso los niños ayudaban recogiendo plástico y separando materiales reciclables. Bolívar instaló un letrero en la entrada del barrio que decía: "Bienvenidos a Miramar: limpio y unido gracias a sus vecinos".

El legado de Don Ramón

Aunque nunca buscó reconocimiento, Don Ramón se convirtió en una especie de héroe local. En los días de lluvias, las calles permanecían secas y los vecinos comentaban con orgullo:

—¡Gracias a Don Ramón, este barrio ya no se inunda!

Cuando le preguntaban qué lo motivaba, él siempre respondía con su frase característica:

—La limpieza comienza en el corazón.

Con el tiempo, incluso las autoridades municipales lo tomaron como ejemplo para programas de educación ambiental en otras comunidades. Pero para Don Ramón, su mayor logro no eran los elogios, sino ver a los niños, jóvenes y adultos del barrio comprometerse con un futuro más limpio y digno para todos.

Y así, en un humilde rincón de San Pedro de Macorís, un hombre afable del sur logró cambiar no solo una calle, sino toda una comunidad, barriendo, sembrando conciencia y dejando una huella imborrable en los corazones de todos los que tuvieron el privilegio de llamarlo vecino.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario