En un remoto pueblo enclavado entre las montañas, había una leyenda que todos conocían, aunque pocos se atrevían a hablar de ella. Se decía que, en las profundidades del bosque, vivía una bruja de ojos de cristal, capaz de ver el futuro de cualquiera que se atreviera a mirarla a los ojos. Nadie sabía con certeza cuándo había llegado, ni de dónde provenía, pero su presencia siempre había sido un misterio. Su nombre era Isolde.
Las historias hablaban de su inmensa sabiduría y poder, pero también de las consecuencias de buscar sus predicciones. Cada vez que alguien se acercaba a ella en busca de respuestas, el futuro que veía nunca era sencillo. Lo que la gente no sabía, lo que muchos habían olvidado, era que cada visión de futuro tenía un precio, y ese precio se pagaba tarde o temprano.
En el pueblo, nadie se atrevía a acercarse a la bruja, excepto aquellos desesperados por conocer su destino. Algunos querían saber si encontrarían amor, otros deseaban anticiparse a una tragedia, pero al final, todos se arrepentían.
Un día, una joven llamada Alina llegó al pueblo. Había oído los susurros sobre la bruja, y tras una serie de infortunios en su vida, decidió buscarla. La gente del pueblo le advirtió, pero Alina no escuchó. Su mente estaba llena de dudas, temores y preguntas que nadie podía responder. Sentía que debía saber qué le deparaba el futuro.
Alina caminó por el denso bosque, guiada solo por las viejas leyendas que había escuchado desde niña. A medida que avanzaba, la luz del sol se desvanecía, y la oscuridad del bosque la envolvía. Finalmente, llegó a una cueva oculta entre las rocas, donde una tenue luz brillaba en su interior. En el umbral de la cueva, una figura se recortaba contra la luz.
Era Isolde.
Sus ojos eran como dos esferas de cristal, perfectas y transparentes, pero dentro de ellas no reflejaba nada. Eran ojos vacíos que parecían mirar más allá de la realidad, más allá del tiempo. Su mirada era hipnótica y, al mismo tiempo, aterradora.
—¿Por qué vienes? —preguntó Isolde, su voz suave pero firme, como si ya supiera la respuesta.
Alina vaciló por un momento, pero luego, con una determinación que no sabía de dónde venía, habló.
—Quiero saber mi futuro. Necesito saber qué me espera. —Alina había perdido a sus padres en un accidente, y su vida se había desmoronado desde entonces. No sabía si había algo que pudiera hacer para cambiar su destino, pero sentía que era su última oportunidad.
La bruja la observó en silencio, como si estuviera leyendo sus pensamientos. Luego, con un leve movimiento de su mano, indicó que Alina se acercara.
—Mira en mis ojos, y verás lo que necesitas saber. Pero ten cuidado... lo que ves siempre tiene consecuencias. —advirtió Isolde, con una sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos fríos.
Alina, temblando pero decidida, se inclinó hacia ella. Sus ojos se encontraron con los de la bruja, y en ese instante, todo a su alrededor desapareció. El bosque, la cueva, el aire mismo se desvanecieron, y Alina fue arrastrada a una visión borrosa y tumultuosa.
Vio su vida, pero no como la conocía. En su visión, era una mujer exitosa, rodeada de amigos, con una familia feliz y una vida llena de amor y prosperidad. Sin embargo, al fondo de esa imagen perfecta, vio una sombra que la acechaba, algo oscuro que siempre estaba presente, como una amenaza constante. La visión se fue tornando más nítida y aterradora, y vio a un hombre, uno que la amaba, caer ante ella, muerto en sus brazos. Una tragedia que, en algún momento, marcaría el final de su felicidad.
La visión la sacudió. Alina dio un paso atrás, atónita, con el corazón acelerado.
—¿Qué significa esto? —preguntó, con los ojos llenos de miedo.
La bruja la miró en silencio. Los ojos de cristal de Isolde brillaron de forma extraña.
—Eso es tu futuro... o al menos, lo que podría ser. El destino no es fijo, pero a veces, las decisiones que tomamos lo sellan. Lo que has visto es solo una posibilidad. Si eliges vivir como lo has hecho hasta ahora, esa sombra crecerá y lo que temes ocurrirá. Pero si decides cambiar... si eres valiente y luchas, puedes alterar ese final. —respondió la bruja, su voz calmada pero penetrante.
Alina, paralizada por la visión, no sabía si debía sentirse aliviada o aterrada. ¿Podía cambiar el futuro? ¿Era eso siquiera posible? La bruja había hablado de decisiones, de lucha, pero la imagen del hombre muerto, y la sombra que la acechaba, le carcomían el alma.
—¿Puedo evitarlo? —preguntó, con una voz quebrada.
Isolde la observó con intensidad, y por un momento, su expresión se suavizó.
—Cada predicción tiene consecuencias. Si intentas evitar lo que has visto, esa sombra cambiará, pero puede que lo haga de formas que no esperas. Nada es tan sencillo como parece. Las visiones son como los hilos de un tapiz: si tiras de uno, otros pueden enredarse. Pero no te hagas ilusiones. El futuro no es un destino que puedas alcanzar con facilidad. Es una serie de decisiones entrelazadas, y cada una tiene su precio. —sus ojos de cristal destellaron con una luz fría.
Alina no pudo responder. La visión había dejado una marca indeleble en su corazón, y las palabras de la bruja la atormentaban. ¿Debería seguir adelante y vivir con esa sombra, o tratar de cambiarlo todo, arriesgando lo que había conocido hasta ese momento?
La bruja se levantó lentamente y comenzó a alejarse hacia las profundidades de la cueva.
—Recuerda, joven. El futuro no es solo lo que vemos, sino lo que decidimos crear. Ten cuidado con lo que deseas saber, porque a veces la verdad es más peligrosa que la ignorancia. —y con esas palabras, desapareció en la oscuridad.
Alina salió del bosque, su mente llena de confusión y miedo. Sabía que no podría olvidarse de lo que había visto, pero también entendió que su destino no estaba sellado. Las decisiones que tomara a partir de ese momento serían las que realmente definirían su futuro.
Nunca volvió a buscar a la bruja, pero en su corazón, siempre quedaría la duda: ¿había logrado realmente cambiar su destino, o ya era demasiado tarde?
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