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sábado, 25 de enero de 2025

La Carta en el Muelle


 Mariana había vivido toda su vida junto al mar, pero siempre se había quedado en la orilla, mirando las olas bailar y abrazar la costa, sin atreverse a cruzar más allá. El vasto océano le inspiraba tanto misterio como miedo, y aunque sentía una profunda conexión con él, nunca se había aventurado en sus aguas.

Una tarde de otoño, mientras paseaba por el muelle que se extendía hacia el horizonte, algo inusual llamó su atención. A lo lejos, entre las tablas desgastadas por el tiempo, vio una hoja flotando sobre el agua. Era una carta, arrastrada por las olas hasta la orilla. Al acercarse, notó que estaba escrita a mano con una caligrafía elegante, pero algo extraña, como si el tiempo hubiera dejado su huella en el papel. En la parte superior de la carta había una frase escrita con tinta negra: "Para quien se atreva a leerla".

Con el corazón acelerado por la curiosidad, Mariana la recogió. Desplegó el papel con cautela, y comenzó a leer:

"A quien lea estas palabras,
te escribo desde un lugar que nunca existió,
donde el viento me susurra promesas que nunca se cumplieron.
Mi amor es imposible, un eco que se pierde en las olas,
y mi corazón, que ha sido dejado atrás, nunca encontró descanso.
Si acaso tú has amado de esta manera,
si alguna vez has esperado algo que no pudo ser,
te pido que respondas, aunque solo sea para que mis palabras no caigan al olvido."

Mariana sintió un estremecimiento en su pecho. La carta hablaba de un amor imposible, de promesas rotas y de un corazón abandonado. Algo en esas palabras resonó profundamente en ella, pues había conocido esa sensación, ese vacío que solo el amor no correspondido puede causar. Sin pensarlo, tomó su propio cuaderno y escribió una respuesta.

"He leído tus palabras con el corazón en la mano.
He amado en silencio, esperando lo que nunca llegó,
y he guardado en mi pecho un amor que nunca fue devuelto.
Tus palabras me encuentran, como si fueran mías,
como si alguien las hubiera escrito por mí.
Espero, con la esperanza rota, que tal vez alguna vez el amor me mire."

Esa noche, mientras el viento susurraba entre los árboles cercanos, Mariana dejó la carta en el mismo lugar, junto al muelle. Al día siguiente, para su asombro, encontró una respuesta. No estaba firmada, pero las palabras hablaban directamente a su corazón:

"He esperado, no por años, sino por toda una vida,
esperando a alguien como tú,
alguien que entienda la tristeza de un amor no correspondido,
alguien que, como yo, haya amado en el silencio.
Quizá nunca podamos estar juntos en el mundo,
pero mis palabras son todo lo que tengo para ofrecerte,
y si las aceptas, quizás nuestra historia se haga realidad."

Mariana sintió que la carta se le deslizaba entre los dedos como un sueño. Había algo mágico en esas palabras, como si de alguna manera, alguien desde un rincón lejano del mundo estuviera compartiendo su propia pena, su propio deseo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque nunca había conocido al autor de esas cartas, algo en su alma conectaba con él de una manera indescriptible. De alguna forma, el amor de un desconocido se había posado sobre ella, justo cuando más lo necesitaba.

Durante semanas, Mariana respondió a las cartas, cada una más profunda que la anterior, compartiendo sus pensamientos, su dolor, sus miedos y su esperanza. Las cartas hablaban de un amor que nunca fue, pero que, a través de las palabras, cobraba vida. Sentía que estaba conversando con alguien que realmente la entendía, alguien que compartía su sufrimiento de manera tan genuina que el vacío que sentía en su corazón parecía desvanecerse por momentos.

Finalmente, una tarde en que el sol comenzaba a ponerse, una carta más llegó a la orilla, con palabras que la hicieron temblar:

"Mariana, he estado esperando este momento.
Las cartas que has escrito son mi vida,
y aunque nunca nos hayamos visto,
sé que mi amor siempre ha sido tuyo,
de alguna manera, en alguna parte del viento."

A Mariana le costó respirar. Al mirar hacia el horizonte, sintió como si las olas, al chocar contra las rocas, le trajeran un mensaje, un eco lejano que la llamaba a seguir su corazón, a cruzar la línea de la orilla que siempre había temido. Sabía que no importaba quién estuviera detrás de las cartas, lo que importaba era la conexión que había creado, la forma en que su alma se había encontrado con la de otro ser humano, a través de las palabras, a través del viento.

Con el corazón lleno de esperanza, Mariana decidió seguir el rastro de cartas hasta el final, sin saber si encontraría a esa persona misteriosa. Pero algo le decía que el amor no siempre se presenta de la manera que uno espera, y que las palabras, tan poderosas como el mar, podían llevarla a un destino que jamás había imaginado.

El viento sopló suavemente esa tarde, y Mariana, con una carta en las manos y el corazón decidido, dejó que sus pasos la llevaran más allá de la orilla, hacia un futuro donde las promesas escritas en el viento podrían convertirse en realidad.

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