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lunes, 27 de enero de 2025

Quiero Más de Ti, Dios


Era una mañana luminosa en el campo. Las montañas, cubiertas por un manto de niebla que se desvanecía lentamente, parecían acariciar el cielo. Adrián, un joven agricultor de apenas 25 años, caminaba entre los surcos de la tierra que había sembrado con tanto esmero. Sus manos, agrietadas por el trabajo, eran testigos del esfuerzo diario, pero su corazón estaba inquieto.

Adrián había crecido en una familia que oraba al amanecer y al anochecer, pero en su adultez, las oraciones comenzaron a parecerle mecánicas, sin vida. Sentía que había un vacío profundo en su interior que ni las riquezas del campo, ni las relaciones humanas, ni los logros podrían llenar.

Esa mañana, con las herramientas de labranza al hombro, decidió detenerse junto al árbol más alto del valle, un viejo roble que durante generaciones había sido refugio de los campesinos que buscaban sombra y descanso. Adrián dejó las herramientas a un lado y se arrodilló en la tierra húmeda.

Con lágrimas brotando de sus ojos, exclamó:
—Dios, no sé qué me pasa. Trabajo de sol a sol, tengo pan en mi mesa, tengo trabajo ,muchos amigos pero no soy feliz. Siento que te necesito más… más de lo que he reconocido hasta ahora. Dame algo que ni el oro ni la tierra me puedan dar. ¡Quiero más de Ti, Dios!

Su voz se quebró mientras la brisa parecía envolverlo con un abrazo invisible. Pasaron los minutos, y un profundo silencio lo rodeó. Adrián pensó que tal vez hablaba solo, que Dios no lo escuchaba, pero en ese instante sintió una paz que nunca antes había experimentado. No había visto ángeles, ni oído truenos, pero en su corazón, una suave certeza florecía: no estaba solo.

A partir de aquel día, todo cambió. Las mañanas en el campo ya no eran solo para trabajar la tierra, sino para meditar, agradecer y buscar la presencia de Dios. Adrián comenzó a compartir su experiencia con los demás, con sus amigos, no con palabras rimbombantes, sino con una vida transformada. Se convirtió en una fuente de esperanza para quienes lo conocían.

El viejo roble se convirtió en su altar personal. Bajo sus ramas, Adrián regresaba una y otra vez para entregarle sus luchas al Señor, diciendo con humildad:
—No importa cuánto te conozca, Dios. Siempre quiero más de Ti.

Y así, su vida siguió siendo sencilla, pero llena de significado. Los surcos en la tierra continuaron, pero ahora también sembraba amor y fe en los corazones de los demás. Adrián entendió que más de Dios no significaba más riqueza o milagros extraordinarios, sino una relación cercana que transformaba cada rincón de su alma.

En el eco de su oración constante, muchos otros hallaron el camino hacia Aquel que nunca deja de responder cuando alguien dice desde lo más profundo del corazón:
—Quiero más de Ti, Dios.

Y bajo aquel viejo roble, se escribió una nueva historia de amor entre un hijo agradecido y el Padre eterno.

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