Sebastián tenía 20 años cuando su vida cambió para siempre. Su madre, María, era su mayor refugio y consuelo en un mundo que a veces parecía demasiado frío. Desde pequeño, ella había sido su brújula, su protectora y su confidente. Con una voz dulce y una risa contagiosa, transformaba los momentos más simples en recuerdos memorables. Su casa estaba llena de fotos familiares, el aroma a café recién hecho y el sonido suave de su madre cantando mientras realizaba las tareas del hogar.
Pero la enfermedad llegó como una sombra inesperada y desgarradora. María había estado luchando contra un cáncer silencioso que no quiso compartir con Sebastián al principio. Quería protegerlo, pero finalmente, cuando los días buenos empezaron a desvanecerse, tuvo que enfrentarlo con la verdad.
—Sebastián, siempre he querido verte fuerte y feliz —le dijo una tarde, mientras estaban sentados juntos bajo el árbol de mango en el patio de su casa—. Pero hay cosas que no podemos controlar. Quiero que recuerdes que te amo y siempre estaré contigo, aunque no puedas verme.
Las palabras de María perforaron su corazón como dagas. Por días y noches enteras, Sebastián lloró, sintiéndose impotente mientras veía a su madre debilitándose. Intentaba estar fuerte frente a ella, sonriendo y asegurándole que todo estaría bien, pero la realidad lo aplastaba cada noche en la soledad de su habitación.
Una tarde gris, el momento inevitable llegó. María, rodeada por algunos familiares y con Sebastián sosteniendo su mano, cerró los ojos para siempre. En el instante en que su aliento cesó, el mundo de Sebastián también se detuvo. Sentía como si su corazón se partiera en mil pedazos, dejando un vacío imposible de llenar.
Los días posteriores fueron como un torbellino. Los vecinos ofrecían sus condolencias, las visitas llenaban la casa, y el funeral pasó como un borrón. Sebastián escuchaba las palabras de consuelo, pero eran como ecos distantes. Ninguna oración, ningún abrazo podía arrancarlo de su tristeza.
El dolor lo acompañaba a cada momento. Cada rincón de la casa le recordaba a su madre: el aroma de su perfume en la ropa que había dejado colgada, la taza de cerámica donde tomaba su café, las canciones que aún resonaban en las paredes. Sebastián vagaba por los pasillos como un alma perdida, preguntándose cómo iba a seguir adelante sin ella.
Un día, mientras revisaba algunas de las pertenencias de su madre, encontró una caja antigua llena de cartas, fotografías y pequeñas notas. En medio de esos recuerdos, halló un sobre con su nombre escrito a mano. Era una carta que su madre le había dejado.
Con manos temblorosas, Sebastián abrió el sobre y comenzó a leer:
*"Mi querido Sebastián,
Si estás leyendo esto, significa que ya no estoy contigo físicamente, pero quiero que sepas que mi amor por ti nunca desaparecerá. Te dejo estas palabras para recordarte lo fuerte y valiente que eres. Sé que sentirás dolor y que te preguntarás cómo seguir sin mí, pero quiero que mires al cielo y recuerdes que cada estrella brilla por una razón, y la tuya brilla con más fuerza porque lleva el amor de quienes te rodean.
Llora lo que necesites, pero también vive. Vive por los dos. Cumple tus sueños, ama con todo tu corazón, y encuentra la alegría incluso en los días grises. Estoy orgullosa de ti y siempre lo estaré.
Con todo mi amor,
Mamá."*
Las lágrimas de Sebastián mojaron el papel mientras leía y releía esas palabras. Por primera vez desde que perdió a su madre, sintió un atisbo de consuelo. No era una solución mágica al dolor, pero la carta le dio algo que había perdido: esperanza.
Con el tiempo, Sebastián empezó a reconstruirse. Siguió estudiando, retomó sus pasatiempos y trató de vivir como su madre le había pedido. Aunque su corazón seguía llevando cicatrices, esas cicatrices se convirtieron en recordatorios de un amor eterno, en lugar de un dolor insoportable.
Cada noche, miraba al cielo y escogía una estrella, convencido de que era su madre velando por él. En esas pequeñas luces del universo, Sebastián encontró la fuerza para continuar, sabiendo que aunque ella no estuviera a su lado, vivir con amor y alegría era la mejor forma de honrar su memoria.
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