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martes, 18 de febrero de 2025

El Precio de la Ambición

Cuando Andrés aterrizó en aquella ciudad extranjera, solo traía en su maleta un par de mudas de ropa y un deseo ardiente de hacerse rico. Había dejado atrás su país natal, un lugar donde la pobreza y la falta de oportunidades lo habían obligado a buscar fortuna en tierras desconocidas. No tenía papeles en regla, ni contactos, ni un plan claro, pero sí la convicción de que no volvería con las manos vacías.

La ciudad lo recibió con su ritmo acelerado y sus luces brillantes, pero también con su indiferencia. Pronto entendió que sin documentos ni apoyo, conseguir un trabajo digno era casi imposible. Durante semanas vagó entre trabajos mal pagados y promesas vacías. Fue entonces cuando conoció a Martín, un compatriota que había encontrado su propio camino en el mundo del contrabando.

Al principio, Andrés dudó. Sabía que no era lo correcto, pero la necesidad lo empujó. Empezó con cosas pequeñas: cigarrillos de contrabando, perfumes falsificados, ropa de imitación. Era fácil, el dinero entraba rápido y sin demasiado riesgo. Pronto, su ambición lo llevó a más: documentos falsos, cuentas bancarias a nombre de terceros y, finalmente, drogas.

El dinero comenzó a fluir como nunca antes. Se mudó a un apartamento en una buena zona, cambió su ropa sencilla por trajes caros y empezó a frecuentar lugares exclusivos. Se sentía poderoso, invencible. No era el extranjero pobre y perdido que había llegado con nada; ahora era alguien respetado en los círculos más oscuros de la ciudad.

Pero la fortuna es caprichosa. Una noche, mientras negociaba un gran cargamento con un grupo que aseguraba ser "de confianza", todo se derrumbó. Las sirenas cortaron la tranquilidad de la noche, y antes de que pudiera reaccionar, estaba esposado en el suelo. Había sido una trampa: una operación encubierta de la policía.

El juicio fue rápido y sin compasión. Sus antecedentes limpios no sirvieron de nada ante la cantidad de pruebas en su contra. Lo condenaron a veinte años en una prisión de máxima seguridad.

Desde su celda, Andrés tenía demasiado tiempo para pensar. Recordaba su hogar, el barrio donde creció, la gente que dejó atrás. Se preguntaba si el dinero y el lujo habían valido la pena. Ahora, atrapado en un país donde nunca había sido más que un extranjero, entendía que su verdadera condena no era la cárcel, sino el exilio eterno de la vida que pudo haber tenido.

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