En el corazón de San Pedro de Macorís, un pequeño pero significativo parque había sido el centro de la vida del pueblo durante generaciones: El Parque de las Tres Palmas. Su nombre venía de tres enormes palmas que se alzaban en el centro, sus frondas verdes danzando suavemente al ritmo del viento tropical. Aunque el parque era conocido por todos los habitantes, pocos conocían la verdadera historia detrás de esas palmas y del lugar mismo.
La leyenda del Parque de las Tres Palmas había sido transmitida de abuelos a nietos, de padres a hijos. Decían que las tres palmas habían sido plantadas por un anciano sabio, llamado Don Ernesto, quien había llegado a San Pedro desde un rincón lejano del país. Nadie sabía mucho sobre él, salvo que era conocido por su gran sabiduría y su habilidad para sanar a los enfermos con remedios naturales.
Don Ernesto siempre estaba sentado en una banca del parque, rodeado de niños y adultos que acudían a él en busca de consejos. Aunque su rostro estaba marcado por las arrugas de los años, su mirada siempre transmitía serenidad. En su juventud, se decía que había viajado por muchos lugares y que había aprendido los secretos de la naturaleza y la magia ancestral. Pero, a medida que el tiempo pasó, desapareció misteriosamente una tarde sin dejar rastro. Algunos decían que había regresado a su tierra natal, otros susurraban que su alma había quedado atrapada en el parque.
El día que Don Ernesto se fue, algo extraño ocurrió. Las tres palmas del parque crecieron de forma inusitada, como si fueran a tocar el cielo. A partir de ese momento, algunos habitantes comenzaron a notar que, al acercarse al parque durante las noches, se oían susurros en el viento, y si prestaban mucha atención, podían escuchar las voces de personas que habían partido mucho tiempo atrás.
Un joven llamado Andrés, curioso y aventurero, había oído hablar de esos rumores y decidió investigar por sí mismo. Siempre había sentido una conexión especial con el parque, sobre todo con las tres palmas, que parecían llenarlo de una extraña sensación de paz cuando se sentaba bajo su sombra. Una tarde, después de escuchar más historias sobre las voces del parque, Andrés decidió que debía descubrir la verdad.
Esa noche, decidió ir solo al parque, sin avisar a nadie. El aire estaba fresco y las estrellas brillaban en el cielo despejado. Mientras caminaba hacia las palmas, el sonido del viento entre las hojas parecía llevar consigo una melodía ancestral, como un canto lejano. Se sentó en la banca cerca de las palmas y cerró los ojos, esperando escuchar algún susurro o descubrir algo fuera de lo común.
De repente, algo extraño ocurrió. El viento se calmó, y las tres palmas comenzaron a moverse, aunque no había viento alguno. Era como si las palmas estuvieran respirando, como si estuvieran vivas. Un brillo suave apareció entre las hojas, iluminando el suelo alrededor de Andrés. Fue entonces cuando escuchó una voz, no en sus oídos, sino directamente en su mente.
"Has venido a buscar la verdad, joven Andrés", dijo una voz profunda y sabia. "El parque guarda más de lo que los ojos pueden ver, y las palmas, los guardianes de este lugar, nunca han dejado de cuidar lo que aquí permanece".
Andrés, asombrado pero decidido, preguntó: "¿Qué es lo que aquí permanece? ¿Qué ocurrió con Don Ernesto?"
La voz respondió: "Don Ernesto plantó estas palmas no solo como un símbolo de su sabiduría, sino también para que el parque se convirtiera en un puente entre los mundos. Los espíritus de aquellos que han pasado por este lugar, de los que amaron este pueblo, permanecen aquí. El viento que escuchas son sus voces, sus recuerdos. Y lo que algunos llaman 'magia' es simplemente el eco de todo lo que ha sido vivido aquí".
Andrés no podía creer lo que escuchaba, pero al mismo tiempo sentía una profunda paz en su corazón. Las palmas seguían moviéndose suavemente, como si estuvieran respondiendo a sus pensamientos.
La voz continuó: "Si deseas comprender más, debes estar dispuesto a escuchar, no solo con tus oídos, sino con tu alma. Solo los que tienen el corazón limpio pueden escuchar las historias del viento."
Esa noche, Andrés pasó horas bajo las palmas, escuchando las historias de los antiguos habitantes de San Pedro de Macorís, relatos de amor, lucha y sacrificio, voces que se mezclaban con la brisa nocturna. Cada vez que alguien llegaba al parque y se sentaba cerca, la música del viento cambiaba, como si las palmas supieran quién se encontraba allí y qué buscaba.
A partir de esa noche, Andrés visitó el parque a menudo, y con el tiempo, se convirtió en un guardián del Parque de las Tres Palmas. Ya no solo cuidaba de las palmas, sino que también compartía las historias del viento con los demás, enseñando a los más jóvenes sobre el legado de aquellos que habían dejado sus huellas en San Pedro.
El misterio del Parque de las Tres Palmas nunca desapareció, pero Andrés entendió que no era un lugar de oscuridad, sino de conexión profunda entre el pasado y el presente, donde las voces de los antepasados seguían cantando su canción al viento, esperando ser escuchadas por aquellos con un corazón dispuesto a aprender.
Y así, el Parque de las Tres Palmas siguió siendo un lugar sagrado, donde el viento llevaba consigo las historias del pueblo, y donde cada persona que se sentaba bajo sus sombras podía encontrar, por un momento, una paz que solo aquellos que escuchan con el alma pueden entender.
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