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viernes, 7 de febrero de 2025

Tren de Medianoche


 Era una noche sin luna, la estación de tren parecía un lugar olvidado por el tiempo. Estaba vacía, desierta, con el aire frío recorriendo sus pasillos y bancos oxidados. Isabel, cansada y perdida en sus pensamientos, había caminado hasta allí, buscando un refugio temporal lejos del bullicio de la ciudad.

De repente, entre las sombras, algo llamó su atención. Un billete de tren, como de otro tiempo, descansaba sobre uno de los bancos. Era antiguo, con bordes dorados y un número escrito a mano: El Tren de Medianoche. Isabel miró a su alrededor, pero no había nadie más. Nadie para explicarle de dónde había venido el billete ni por qué estaba allí.
Intrigada, lo recogió. Sin pensarlo demasiado, se acercó a la vía, donde una locomotora, tan negra como la misma noche, apareció ante ella sin previo aviso. El tren parecía salido de un sueño. Su silueta relucía bajo las luces tenues, como si el tiempo mismo lo hubiera detenido.

Subió sin dudar. La puerta se cerró suavemente detrás de ella, y al instante, el tren comenzó a moverse.

Los vagones estaban vacíos, salvo por una mujer anciana que la observaba en silencio desde un rincón, con una sonrisa que parecía conocer todos los secretos del mundo. Isabel se sentó en un asiento cercano, el tren avanzaba a través de paisajes que cambiaban a medida que la mirada de Isabel los atravesaba. Pasaron por valles nebulosos, bosques llenos de árboles susurrantes y mares que reflejaban cielos estrellados. Era un viaje que parecía eterno, pero también eterno era el silencio que llenaba el tren.

A medida que el tren avanzaba, comenzaron a surgir voces en su mente, como ecos de recuerdos olvidados. La anciana rompió el silencio.

—Cada parada en este tren exige un precio —dijo, su voz suave como la brisa nocturna—. Para avanzar, deberás dejar atrás un recuerdo que te sea querido.

Isabel la miró, confundida.
—¿Un recuerdo? ¿Qué quiere decir eso?

—Tú decides qué estás dispuesta a dejar. Lo que abandonas en este tren nunca regresará. Pero, a cambio, cada parada te llevará más cerca de lo que buscas, de lo que sueñas.

Isabel pensó por un momento, pero no tuvo tiempo de reflexionar mucho antes de que el tren frenara suavemente y la puerta del vagón se abriera. Un paisaje de niebla y sombras se extendía ante ella. La anciana la miró con compasión.

—Aquí es donde todo comienza. ¿Qué vas a dejar atrás?

Isabel no sabía lo que quería, pero sentía en lo más profundo de su ser que el tren no la llevaría a donde deseaba sin que pagara el precio.

Al bajar del tren, las sombras comenzaron a envolverla, y una imagen se presentó ante ella: su infancia, su madre cantándole a la orilla del mar, los días de vacaciones, los primeros pasos que dio hacia el futuro. Era el recuerdo de su hogar, de su familia, de la calidez de su niñez.

Con el corazón pesado, Isabel se dio cuenta de que debía dejarlo ir. Al hacerlo, un brillo apagado apareció en el aire, y el tren la condujo a otro paisaje. En cada estación, cada paisaje era más hermoso, pero más oscuro. En cada parada, se le pedía que abandonara algo más: su primer amor, su sueño de ser escritora, sus amigos más cercanos, hasta que solo quedaba ella, completamente sola.

La última estación apareció ante ella. Una ciudad iluminada por luces doradas, pero con una sensación de vacío. Había llegado a donde había soñado siempre: un mundo lleno de logros, de metas alcanzadas, de deseos cumplidos. Pero algo le faltaba.

La anciana apareció nuevamente, con su mirada triste.

—Has llegado lejos, pero... ¿vale la pena todo lo que has dejado atrás?

Isabel miró a su alrededor y vio las piezas de su vida esparcidas por el suelo, como recuerdos perdidos. Había alcanzado su sueño, pero a costa de lo que realmente la hacía ser quien era.

La anciana la miró una vez más y le ofreció una última opción:
—Puedes quedarte aquí, donde los sueños se hacen realidad... o regresar al tren y recoger lo que has perdido. Pero no hay vuelta atrás, Isabel. La decisión es tuya.

El tren de medianoche esperaba, su silueta negra resplandeciendo contra el brillo dorado de la ciudad. Isabel, con el corazón lleno de dudas, se acercó al tren. Sabía que, aunque regresara, nada sería igual. Sin embargo, las piezas que había dejado atrás, esas que definían su esencia, no se podrían reemplazar.

Se subió al tren, con el corazón lleno de incertidumbre, dispuesta a luchar por recuperar lo que había perdido. La puerta se cerró detrás de ella y el tren comenzó a moverse una vez más, en busca de un destino incierto.

Pero esta vez, Isabel sabía que el viaje sería diferente. Que en su interior, ya no había más sacrificios que hacer.

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